La noche de papel. Relatos completos, 1968-1987

La noche de papel. Relatos completos, 1968-1987
Zaragoza, Colección Compás Narrativa, con Prólogo de Guillermo Fatás, 1990.

Portada del libro

      Con la edición de los cuentos completos de Ricardo Serna hasta el año de 1987, se logra llevar al gran público una obra minuciosa, bien hecha y poco difundida aún, en la que cada pieza es, por sí misma, un ejemplo de escritura.
      La brevedad de los relatos -sesenta y seis en total-, así como la amenidad de los mismos, hacen de ellos herramientas útiles para la evasión reflexiva del lector, quien saldrá doblemente beneficiado con la lectura.
      A través de un lenguaje cuidado, escogido, pero no por ello menos natural y espontáneo, el autor nos incorpora a sus mundos irreales donde nada es cierto y todo es verdad. En ocasiones, la historia se convierte en mera excusa literaria, siendo la palabra protagonista indiscutible del discurso. "En su colección de cuentos -escribió Gonzalo Ortega Aragón- hay algunos antológicos. Domina diversas técnicas y fórmulas en la narrativa breve y su manejo del idioma es meticuloso, perfecto".

Leamos un fragmento del cuento La noche de la promesa, que describe parcialmente una ceremonia masónica de iniciación ritual.

[Foto de A. Ceruelo]
   ...vi cómo eran abiertas dos anchísimas puertas correderas y escuché una voz que, desde el interior de aquella estancia oscura y nueva, repitió por dos veces la misma frase: Aquí te recibimos, Miguel, pobre y desnudo. Acto seguido, alguien -no sé quién lo hizo- empezó a subirme la pernera izquierda del pantalón, hasta conseguir dejar visible mi rodilla. También noté que me desabrochaban los botones de la camisa, al tiempo que me quitaban el zapato del pie derecho. En su lugar, me colocaron otro calzado más blando; una zapatilla, creo.
      Mientras tanto, yo no hacía más que mirar hacia el interior de aquel tétrico salón, iluminado tan solo por multitud de cirios encendidos. De vez en cuando, se movía ligeramente alguna de aquellas luces diminutas y podía contemplar la faz de un hombre, la tenebrosa faz de un hombre cualquiera.
      Entendí enseguida que todos estaban allí, en el gran silencio, esperando con ansiedad las palabras de mi promesa. Pronto dejé de verlos, ya que pusieron una tupida venda sobre mis ojos, atando con firmeza en la nuca los bordes sutiles del paño doblado.
      Me colocaron por fin un dogal alrededor del cuello y me guiaron, con pasos muy cortos y sin ninguna prisa, hacia el fondo del gabinete. De pronto, sentí una ligera punzada en el lado izquierdo del pecho y me detuve con brusquedad, mas recordé que también aquello formaba parte del rito primero.
      Cuando noté alejarse de mi piel el filo de la daga, volví a caminar otra vez, mostrando una cojera casi imperceptible y preocupado por el posible fracaso de la ceremonia solemne. Alguien me sujetó el brazo momentos después, como indicándome que debía pararme ya, allí mismo, en ese preciso lugar del salón. Y así lo hice, me quedé quieto en el sitio con los oídos muy abiertos, esperando escuchar la voz interrogante y renovada.
      Pude contestar sin errores a todas las preguntas del formulario. Luego me arrodillé en el suelo y sentí el roce de las puntas del compás en mi pecho. Era necesario hablar; todos estaban esperando mis palabras de compromiso...

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