El compás y la pluma. Artículos masónicos de ayer y de hoy

El compás y la pluma. Artículos masónicos de ayer y de hoy
Oviedo, Ediciones del Arte Real, 2010. Con prólogo de Adrián Mac Liman. Segunda edición, enero de 2016


Portada de la segunda edición del libro

      Estamos ante un libro cuya esencia es la compilación. En sus páginas se reúnen algunos de los más representativos artículos breves de los publicados por Ricardo Serna a lo largo de los años. Como el mismo escritor señala en el prólogo de su obra, «el libro se vertebra por medio de los temas que unifican la entrega. El complejo y especial fenómeno de la Masonería, en algunas de sus múltiples facies, condiciona la temática del conjunto de artículos. Todos ellos versan, pues, sobre francmasones, o conocen de algún aspecto de la Francmasonería, y en todos aparece una carga explícita y natural de exposición del asunto y de razonado desarrollo del mismo».
      Adrián Mac Liman es el encargado de abrir el libro con una breve pero interesante presentación que contribuye a enriquecer aún más, si cabe, los textos. Adrián Mac Liman (Bucarest, 1944), es un reconocido periodista y escritor, analista político de prestigio y consultor internacional, fue corresponsal de El País en Estados Unidos, y ha sido colaborador del diario Informaciones y de la revista Cambio 16.
      «Algunos trabajos de Ricardo Serna me devuelven —escribe Mac Liman– a mi ciudad natal, Bucarest, a los años de la inolvidable adolescencia. Conocí, en aquel pequeño París de Oriente, a los descendientes del primer pediatra rumano: el doctor Mario Cajal, un aragonés que se trasladó al otro extremo del viejo continente por amor. Un español que jamás olvidó su idioma materno. Conservan los Cajal, en su morada bucarestina, algunas de las cartas enviadas al médico expatriado por su primo, el Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal. No, el pediatra rumano no fue masón. Tampoco pertenecen a la Orden sus descendientes: científicos, artistas, políticos. Pero si algún día el profesor Ricardo Serna decide coger la pluma y, por qué no, el compás y la escuadra, para añadir unas páginas a la saga de los Ramón y Cajal, el resultado podría ser, al menos, sorprendente».
      Adrián Mac Liman cierra de este modo su colaboración en el libro porque en la compilación se incluye un artículo de Serna dedicado al científico y Nobel aragonés. El libro, en conjunto, resulta muy ameno y de interés. No hace falta señalar que los textos, cuidados al máximo desde el punto de vista del idioma, y con el decir literario magistral del escritor aragonés, aparecen tal y como fueron concebidos en origen, y nos transmiten ese calor especial con el que todo buen artículo de prensa contagia y emociona. El artículo nunca es una pieza literaria menor; al contrario, se trata de un mensaje intenso, una obra en la que el buen escritor consigue piruetas expresivas donde solo parecen caber a veces las típicas frases del periodismo cansino.
      La segunda edición del libro salió a la venta en enero de 2016.

      Aquí podemos disfrutar de un fragmento del artículo Santiago Ramón y Cajal, caballero francmasón.

      La biografía de este insigne y porfiado aragonés se halla colmada de curiosidades que la gente desconoce y que sorprenderían a más de uno. Por los contenidos de sus cartas y escritos personales, se nos antoja hombre reflexivo, aunque no por ello menos cercano a los laberintos culturales e inquietudes que empaparon la época, sin duda apasionante, que le tocó vivir.

Don Santiago conoció desde joven la existencia de la Masonería,
pero la praxis de ciertos masones y su falta de fraternidad
desencantaron al hombre idealista y noble.

      Santiago Ramón conoció desde joven la existencia de la Masonería, en la que se integraban hombres a los que sólo parecía unir el deseo de mejora personal y de avance social. Oyó decir a sus amigos y allegados, que la Francmasonería era una asociación universal y filantrópica que procuraba inculcar en sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral, de las ciencias y las artes, y desarrollar en el corazón humano los sentimientos de caridad, tolerancia y defensa del progreso. Escuchó que la Masonería pretendía extinguir del planeta los odios racistas y los antagonismos nacionales, confundiendo a los hombres en una atmósfera de solidaridad y armonía. ¿Acaso el futuro Nobel, con un pensamiento tan racionalista y equilibrado como el suyo, y con un ideario tan hondamente humanista, podía quedarse fuera de una corriente de semejante calado? Quizá por esto mismamente, pensó que la Masonería podía ofrecerle un camino por el que avanzar en dos sentidos: en la construcción de sí mismo como persona, por un lado, y en la consecución progresiva de un futuro mejor para el país, por el otro. La decisión de pedir la admisión en la Orden la tomó en 1877, una vez hubo conocido a ilustres y admirados caballeros que ya eran entonces masones declarados, y cuyo ejemplo fue decisivo a la hora de reafirmase en su deseo.
      En la España posterior a la revolución de 1868, dos obediencias aglutinaron buena parte de las logias masónicas peninsulares: el Grande Oriente de España y el Grande Oriente Nacional de España. En septiembre de 1870, Manuel Ruiz Zorrilla, a la sazón Presidente del Gobierno, fue instalado como Gran Maestre de la Gran Logia Simbólica de España. A este hecho siguió un movimiento de expansión de las logias por todo el país. Corrían buenos tiempos para la Orden en cuestión de afiliaciones. La situación política volvió a cambiar al poco tiempo. La abdicación de Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873 –quien, dicho sea de paso, y como afirmo en uno de mis libros, nunca perteneció a la Masonería- y la llegada de la República, forzaron la dimisión y expatriación de Ruiz Zorrilla, que dimitió de sus cargos masónicos el primer día de 1874. Hubo un ínterin en el que reinaron la confusión y la decadencia en la Orden, hasta que se fusionaron el Grande Oriente Ibérico con el Grande Oriente de España. Y el día 7 de abril de 1876, una vez consolidada la restauración borbónica en la persona de Alfonso XIII, Práxedes Mateo Sagasta fue nombrado Gran Maestre del Grande Oriente de España, obediencia que llegó a contar con 380 logias repartidas por el país. Los talleres volvieron a conocer, otra vez, una desmesurada y rápida expansión.
      Fue en este momento cuando Santiago Ramón y Cajal, que contaba con la juvenil edad de veinte y pocos años, solicitó su entrada en la logia Caballeros de la Noche núm. 68, de Zaragoza. Esta logia estuvo activa desde 1869 hasta 1892, aunque tuvo dos etapas distintas: entre 1869 y 1886 trabajó bajo la jurisdicción del Gran Oriente Lusitano Unido. Luego, entre 1886 y 1892, el taller quedará integrado en la Gran Logia Simbólica Independiente Española.

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